Mi reseña:

"En aquel consultorio, con el médico frente a nosotros sellando una ceremonia del horror, supimos que nos habían detonado todas las estructuras. Si la implosión no llegó a doblarnos las rodillas fue porque nos mantuvimos cabeza con cabeza, insignificantes como dos naipes que se tocan y hacen casita."
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El 19 de julio de 2013, a los 32 años, María de los Ángeles recibe un diagnóstico. El mismo que recibió su madre años atrás: cáncer de mama. Hoy el miedo es distinto, tiene otro sabor. Hoy el miedo es palpable y real: las eternas sesiones de quimioterapia que exterminan absolutamente todo, el deterioro del cuerpo y el deterioro del alma. El miedo se transforma y toma diferentes formas, colores y matices. Sin embargo, el terror que parece anular la garganta toma automáticamente más de una dirección, y enfoca: Vicente, su hijo, su vida entera; "(le) quitaba el oxígeno pensar en (su) nene chiquito que recién empezaba a caminar". 
Y Ángeles sacará fuerzas de lugares que desconocía; se refugiará y, muy de a poco, irá abriendo la puerta para que su familia entre y se refugie ahí también, junto a ella. Y, con el peso de su nombre, se subirá al tren manejado por su madre, una sobreviviente, que recorrerá iglesias y santuarios, y visitará sacerdotes y monjas videntes. Para sobrevivir hay que pegar el salto y competir, y correr un "rally de santos". 
Con imágenes crudas y bellas, Ángeles nos cuenta cómo fue la experiencia de, sin aviso ni preparación posible, recibir una noticia devastadora, y de cómo una madre hará todo por su hije. Porque los momentos vuelan y los instantes se vuelven indispensables, y cuando la muerte se torna más real, el amor siempre es y será el motor principal para mantenerse en ruta.
Crudo, real, bello.

Editorial: La Parte Maldita