Mi reseña:

“Yo puedo distinguir a las mujeres hechas para ser dañadas por tipos como yo, y ella era una. Suelen ser los ejemplares más subversivos del género, los destinados a jaquear su supervivencia, que reniegan del rol de pasividad y de todas las demostraciones de poderío por más sutiles que sean, que ostentan integridad y fortaleza y libertad y se divierten con la incitación constante a ser retadas a duelo, pero responden como imantadas a un patrón de abuso y, aun cuando advierten las señales del peligro, insisten en distorsionarse ellas mismas con la propia realidad.”
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Germán Baraja es un psicópata, asesino, misógino y femicida. El día que va a ser ascendido en su trabajo en la Cancillería, termina acompañando a Lila, una mujer que trabaja en el mismo lugar pero a quien no conocía, al hospital por un desmayo imprevisto. Este acto de supuesto altruismo seduce a Lila y el vínculo decanta en una relación en la que Germán hábilmente se esconde detrás de un repertorio de caretas y de cierta manera encaja en lo socialmente esperado. Pero aleatorias situaciones de violencia van revelando su personalidad agresiva, sin embargo Lila llega tarde. Embarazada de pocas semanas, y ya habiendo decidido tener y criar a su hijo sin Germán, él la asesina a golpes en su departamento. Así comienza la novela: Germán muele a palos a su novia y madre de su hijo. El relato se va entretejiendo entre capítulos que narran la vida de Lila, y narrados en primera persona, los recuerdos de cómo se forjo la relación y de cómo ve Germán su futuro. Germán sabe que se pudrirá en la cárcel, que tiene pocas posibilidades de escapar, pero el sentimiento de odio y el placer de sentir haber ganado son mucho más fuertes, y se burla de las “fundamentalistas empoderadas” que ubican su accionar como un ejemplo manifiesto de violencia capitalista y patriarcal.

Editorial: Factotum