Mi reseña:

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«Debes comprender cabalmente la naturaleza de tu trabajo. Estos objetos que estás inspeccionando son más peligrosos que las drogas o que las armas; incluso que el amor. ¡Son libros!».
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Algunas décadas más adelante, en un país ficticio gobernado por un régimen posrevolucionario, la población se forma bajo tres ideas básicas: pertenecer, procrear y trabajar. En un intento por borrar lo que llaman el Viejo Mundo, adormecer las mentes de la gente y tenerla bajo control, se prohíben los libros que despierten el pensamiento y estimulen la imaginación. Todo libro que invite a la reflexión es censurado. Solo se permiten aquellos que pregonen el individualismo y la meritocracia.

En este mundo distópico, vive un hombre que trabaja como censor de libros. Su función es identificar aquellos textos que atenten contra el nuevo sistema. Tiene prohibido pasar la frontera de la lectura superficial hacia la interpretación. Nacido y criado en este contexto, el funcionario no teme hacer mal su trabajo.

Sin embargo, cuando lee «Zorba, el griego», se le activan los sentidos y entiende.

Así se convertirá entonces este hombre en el Guardián de la Biblioteca protegida por los Cánceres, la resistencia que lucha por preservar la memoria colectiva. Al mismo tiempo que debe rescatar literatura clandestinamente, deberá intentar esconder la activa imaginación de su hija de cinco años.

«La biblioteca del censor de libros» no es una típica novela distópica. Si bien podemos ver referencias claras e intencionadas a clásicos como 1984 o Fahrenheit 451 (también a Alicia, Pinocho, Caperucita y más), para mí tiene una luminosidad particular. Invita a reflexionar sobre cómo los libros forman la identidad —especialmente durante la niñez— y por qué leer es un acto de libertad.

Profunda, potente, divertida, dulce y conmovedora. 

 

Editorial: Fiordo

La biblioteca del censor de libros - Bothayna Al-Essa

$32.000,00
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«Debes comprender cabalmente la naturaleza de tu trabajo. Estos objetos que estás inspeccionando son más peligrosos que las drogas o que las armas; incluso que el amor. ¡Son libros!».
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Algunas décadas más adelante, en un país ficticio gobernado por un régimen posrevolucionario, la población se forma bajo tres ideas básicas: pertenecer, procrear y trabajar. En un intento por borrar lo que llaman el Viejo Mundo, adormecer las mentes de la gente y tenerla bajo control, se prohíben los libros que despierten el pensamiento y estimulen la imaginación. Todo libro que invite a la reflexión es censurado. Solo se permiten aquellos que pregonen el individualismo y la meritocracia.

En este mundo distópico, vive un hombre que trabaja como censor de libros. Su función es identificar aquellos textos que atenten contra el nuevo sistema. Tiene prohibido pasar la frontera de la lectura superficial hacia la interpretación. Nacido y criado en este contexto, el funcionario no teme hacer mal su trabajo.

Sin embargo, cuando lee «Zorba, el griego», se le activan los sentidos y entiende.

Así se convertirá entonces este hombre en el Guardián de la Biblioteca protegida por los Cánceres, la resistencia que lucha por preservar la memoria colectiva. Al mismo tiempo que debe rescatar literatura clandestinamente, deberá intentar esconder la activa imaginación de su hija de cinco años.

«La biblioteca del censor de libros» no es una típica novela distópica. Si bien podemos ver referencias claras e intencionadas a clásicos como 1984 o Fahrenheit 451 (también a Alicia, Pinocho, Caperucita y más), para mí tiene una luminosidad particular. Invita a reflexionar sobre cómo los libros forman la identidad —especialmente durante la niñez— y por qué leer es un acto de libertad.

Profunda, potente, divertida, dulce y conmovedora. 

 

Editorial: Fiordo